Ingres: un clásico entre los románticos
Aunque Jean-Auguste-Dominique Ingres (1780-1867) ha pasado a la historia como el máximo representante del clasicismo, su obra es demasiado compleja como para responder a un solo tópico. Si Ingres hubiera muerto antes de 1814, cuando pintó su Gran odalisca, se le habría recordado tan solo como a uno de los seguidores de David, todo lo más, quizá, como un buen retratista; pero en los casi sesenta años que dura su actividad pictórica produce una obra ingente y contradictoria. Así, mientras por una parte sigue apegado al clasicismo (al defender el dibujo como elemento básico de la forma), por otra se presenta como precursor del arte del siglo xx al manipular modernamente la línea "deformando" los cuerpos, tal y como notó posteriormente el pintor Maurice Denis a propósito de sus odaliscas. Belleza sensual, dibujo sinuoso e intemporalidad son cualidades que definen su desnudo femenino, como si, al igual que el escultor Canova (con quien trató en Italia), quisiera hacer visible en el cuerpo aquello que es intangible e ideal. Pero el clasicismo de Ingres adolece de cierto aire extraño y oriental al uso del pintoresquismo romántico que convierte las proporcionadas Venus de Tiziano (sin duda uno de sus modelos y fuente de inspiración) en esas serpenteantes mujeres estilizadas cuya peculiar anatomía fue reprobada por la crítica oficial. El lujo, la extravagancia y la languidez añaden al conjunto un tono erótico que culminará en El baño turco , la última gran obra del artista que difícilmente podría considerarse clásica y que le proporcionó el calificativo de "un chino perdido en las calles de Atenas".
No obstante, Ingres inició su carrera dentro de las enseñanzas clásicas del taller de David, y continuó sus estudios gracias al Premio de Roma que ganó en 1806 En dicha ciudad llegó a residir catorce años. hasta que en 1820 se trasladó a Florencia por otros cuatro. Esta larga estancia en Italia le sirvió para estudiar de cerca a los maestros del Renacimiento y, en especial, a Rafael, por quien sentía devoción. Durante esta época pintó numerosos retratos que le permitieron vivir cuando finalizó su beca y mediante los cuales adquirió su fama de retratista. En sus retratos, Ingres combina su sentido de lo Ideal con los rasgos fisicos del individuo creando una curiosa simbiosis entre lo general y lo particular. El recurso del espejo -que en este caso Ingres ha elegido con objeto de deslizar su nombre y firma a modo de tarjeta de visita-le sirve para recrearse en ese mundo dual que tan pronto se manifiesta como algo irreal y distante (en el reflejo), como real y cercano (nótese la riqueza con la que ha trabajado las telas, que tan vistosamente contribuyen a ensalzar la sensual belleza de la modelo). Las contradicciones entre el espíritu atemporal e ideal de sus pinturas y la fragancia sensorial que despiden algunas de ellas hacen de Ingres una figura dificil de encuadrar exclusivamente dentro de los estereotipos clásicos marcados por la Academia. Y es que, como paradójicamente advirtió un romántico como Théophile Gautier al defender su pintura, "ésta puede parecer clásica a los ojos de un observador superficial, pero de ninguna manera lo es". Como pintor que fue de la segunda mitad del siglo XIX, aceptó y desarrolló la individualidad del Romanticismo, aunque teórica e ideológicamente rechazó dicho movimiento.


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