viernes, 25 de agosto de 2023

Mar, al fondo el Vesubio

 

Mar, al fondo el Vesubio
Fortuny y Marsal, Mariano 1874. Acuarela sobre papel blanco, 350 x 253 mm

De color azul cobalto decía Ricardo de Madrazo que era el mar Tirreno cuando lo descubrió en 1874, durante el viaje que emprendió junto con su cuñado Mariano Fortuny al golfo de Nápoles para buscar una residencia en la que pasar el verano en familia, lejos del clima insalubre de Roma. La encontraron en Portici, un pueblo costero situado en la ladera sur del Vesubio donde, además del solaz familiar, los pintores hallaron un estímulo permanente para pintar al aire libre.

El artista emplea en esta obra un único pigmento, el referido cobalto, más intenso para la superficie del agua y más diluido para el cielo cuajado de nubes, muchas de las cuales se definen por la reserva del papel con un ligero toque o mancha que produce esa sensación de inconsistencia etérea. Estas dos partes de la composición quedan enlazadas por la vela de una barca que rompe la línea del horizonte. Este tipo de embarcaciones, que se veían también varadas en la arena de la playa y que eran escenario de juegos infantiles, captaron el interés de Fortuny, quien las pintó en una tabla de pequeñas dimensiones que Cecilia de Madrazo conservó en su colección familiar. Sabemos que Fortuny disponía de una de estas embarcaciones, con la que podía adentrarse en el mar gracias a la pericia de un jardinero a su servicio que ejercía también como marinero. Cabe pensar que Fortuny pintara esta acuarela mar adentro, en la costa de Sorrento o de Capri, desde donde, en efecto, se divisa el paisaje representado. Al fondo se ve la bahía de Nápoles, flanqueada por una cadena montañosa en la que se enclava la mole del Vesubio y, a su pie, insinuadas por una mínima reserva del papel, las construcciones urbanas de las poblaciones costeras, entre las que se encuentran la capital de la región y Portici


FORTUNY Y MARSAL, MARIANO

Reus, Tarragona, 1838 - Roma, 1874

Fortuny y Marsal, Mariano

Mariano Fortuny y Marsal ha pasado a la posteridad como uno de los grandes maestros españoles del siglo XIX. Junto a la grandeza de su arte, ha quedado también el recuerdo de su descomunal éxito internacional, que ningún otro artista logró igualar hasta Sorolla.