jueves, 30 de julio de 2020

Bulla


Bulla

Una bulla (plural bullae) es una especie de esfera de arcilla que contiene en su interior diferentes representaciones icónicas de animales en barro utilizadas como registro en los trueques de la antigua Mesopotamia hacia los años 6.000-5.000 a. C.

Cuando los mesopotámicos realizaban transacciones comerciales, generalmente de ganado, cuya mercancía no se entregaba en el momento, recurrían a este utensilio como recordatorio de la transacción. Los tratantes modelaban con arcilla una pequeña bola para introducir en su interior un número determinado de figuras que se correspondía con la cantidad y el tipo de artículo vendido. A continuación, sellaban la bulla y marcaban en el exterior de ésta el contenido con unos símbolos que se consideran los antecedentes de las famosas tablillas cuneiformes, y por tanto de la escritura. El trato se cerraba cuando, al romper la bulla, se comprobaba que lo acuñado en el exterior del objeto coincidía con las piezas del interior.

Denise Schmandt-Besserat, arqueóloga francesa, recibió una generosa beca para investigar el origen de la escritura. Los estudios anteriores intuían que dicho origen se encontraba en Oriente Próximo, alrededor de las amplias cuencas hidrográficas del Éufrates y el Tigris, 3000 ó 4000 años a. C.

Schmandt-Besserat visitó las tierras de los actuales Irán, Irak, Turquía, Siria, Jordania e Israel, hacia los años sesenta y setenta del siglo XX, y comenzó a recopilar tablillas mesopotámicas, que hasta entonces eran consideradas como las primeras escrituras. El hombre representó por primera vez el lenguaje con pictogramas (dibujos), por lo que no podía considerarse escritura. Sin embargo, en las tablillas más antiguas a los pictogramas ya les acompañaban los ideogramas (representaciones abstractas). De este modo, Schmandt-Besserat se dio cuenta de que conforme habían pasado los años, los ideogramas son una abstracción de los pictogramas, y llegó a la conclusión de que tenía que haber una representación intermedia.

La arqueóloga francesa descubrió una serie de bullae de hasta 9000 años de antigüedad (coincidiendo con el periodo de transformación al sedentarismo). Denise elaboró una tipología en función de las incisiones que presentaban y llegó a la conclusión de que las marcas se correspondían con lo que había dentro: representaciones de animales y productos agrícolas. Así pues, comparando las incisiones se registraron una treintena de símbolos abstractos que se emparejaban con representaciones realistas. Todos los símbolos abstractos de las bullae aparecían idénticos en las primeras tablillas de arcilla de escritura cuneiforme. Esto demuestra que la escritura no la inventó nadie, sino que evolucionó depurando los pictogramas.

Como curiosidad, cabe reseñar que todas las tablillas mesopotámicas son convexas y de arcilla por herencia de las bullae

miércoles, 29 de julio de 2020

CUANDO SARAQUSTA DESLUMBRABA AL MUNDO


La ciudad de Saraqusta luchó por independizarse de Córdoba y fue reprimido sistemáticamente este afán separatista, hasta que lo consiguió Abderramán III, en el año 937. A partir de ese momento, el califa estableció un férreo control militar en todo el califato, que mantuvieron sus sucesores. Este ambiente autoritario creó cada vez mayor descontento en todas las provincias, hasta que el califa Hisham II es obligado a abdicar tras la Revolución Cordobesa. Aunque esta revolución es muy interesante, no podemos ocuparnos de ella en este artículo. Simplemente indicaremos que, entre 1009 y 1031, se sucedieron nueve califas diferentes.

En este clima de guerra e inestabilidad, el califato empezó a ver cómo algunas ciudades se independizaban de Córdoba, siendo las primeras Almería y Badajoz. Mientras tanto, en Saraqusta buscaban el momento propicio, encontrando aliados cercanos, para crear un gran reino independiente. De este modo, en el año 1018, Mundir I se independizó formalmente del califato, sin que Córdoba pudiera hacer ya nada por evitarlo. Los límites de este nuevo reino llegaban, por el Oeste, hasta Medinaceli, Soria, Calahorra y Tudela y, por el Este, hasta Valencia. Con Mundir I se inicia en la taifa de Saraqusta el reinado de la dinastía Tuyibí.

A partir del año 1009, el poder del califato cordobés se desintegra, apareciendo diferentes reinos de taifas.

El primer rey, Mundir I se empeñó convertir Saraqusta en una gran corte. Por ello, amplió la mezquita de la ciudad, construyó nuevas termas y nombró consejeros a poetas de prestigio. Su reinado supuso un fortalecimiento del poder de Saraqusta frente a sus vecinos, tanto musulmanes como cristianos. El lujo y el derroche de su corte, que residía en un palacio del que hoy conservamos el Torreón de La Zuda, fue conocido en todo Occidente, pero también en Oriente. En Egipto se han encontrado referencias a las fiestas que se celebraban a orillas del Ebro, mientras los músicos tocaban desde barcas en el río. Saraqusta era llamada Medina Albaida (Ciudad Blanca) porque parece ser que era el color predominante en sus construcciones y murallas, lo que impresionaba a los viajeros que se acercaban a ella. Pronto se convirtió en objeto de leyendas entre los musulmanes. En Siria, por ejemplo, se comentaba que un hombre santo había escondido una reliquia sagrada bajo la mezquita y que esto protegía a la ciudad de serpientes y otras alimañas, que morían al traspasar sus muros.

¿De dónde le venía a Zaragoza esta fama en el Mediterráneo? Ya en tiempos del califato, Saraqusta controlaba una próspera flota comercial que salía al mar por el Ebro, manteniendo relación con las ciudades más importantes. También realizaba incursiones de saqueo para la obtención de esclavos, algo de lo que nos ocuparemos en otro episodio. Como curiosidad, la palabra esclavo se empezó a utilizar en esta ciudad, evolucionando del vocablo eslavo, ya que muchos miembros de este pueblo sufrieron las incursiones de las tropas de Saraqusta en la época. El comercio de esclavos proporcionó al reino una gran riqueza y prosperidad, que pronto sería envidiada por los vecinos.

En 1036, el emir Abd Allah ibn Hakam cae víctima de una conspiración patrocinada por el rey de Lleida, Sulaymán ben Hud, que instalaría en Saraqusta una nueva dinastía: los Banu Hud (Hudíes). Con los Hudíes, Saraqusta llegará a su máximo esplendor político y cultural. Sulaymán consolidó el control de Saraqusta sometiendo Tudela, Lleida y Huesca, además de algunos territorios de la actual provincia de Guadalajara y extendiéndose hasta Denia.

Bajo la dinastía de los Hudíes, el reino de Saraqusta alcanzó su máxima expansión territorial.

Los mayores problemas del joven reino los provocaba el Reino de Aragón. Saraqusta se alió con Castilla, que le ayudó varias veces contra su enemigo aragonés. Sancho II El Fuerte en persona acompañó a Al-Muqtadir a derrotar a los aragoneses en 1063 en el sitio de Graus, donde murió Ramiro I de Aragón. En esa batalla, del lado castellano, luchó el joven caballero Rodrigo Díaz de Vivar, que empezaba a ser conocido y respetado entre los musulmanes zaragozanos.

El prestigio de Saraqusta era creciente entre los demás reinos musulmanes. Por eso, el gobernador de Valencia, Abu Bakr, se hizo vasallo de Saraqusta en 1075. Al-Muqtadir consiguió que la corte de Saraqusta fuese conocida por su esplendor cultural y artístico. Mandó construir un palacio, La Aljafería, donde trasladó su corte. Lo convirtió así en un importante centro cultural, donde acudían intelectuales de todo el mundo musulmán. En él coincidían músicos, historiadores, poetas, místicos y filósofos. Gracias a estos, se introdujo la filosofía de Aristóteles en el Islam. Un importante impulsor de esta labor desarrollada en La Aljafería fue Avempace.

Los enfrentamientos entre Sancho Ramírez y Al-Muqtadir fueron constantes y Saraqusta perdió plazas como Alquézar, en beneficio de los aragoneses. Saraqusta se vio obligada a pagar tributo a Castilla, que le ayudaba en sus guerras contra Aragón. El sucesor de Al-Muqtadir, Al-Mutamán (1081-1085), contrataría al mercenario castellano Rodrigo Díaz de Vivar, que empezó a ser conocido en Saraqusta como “Cid” (Señor), en los años en que estuvo al servicio de la taifa (1081-1086).

A pesar de las frecuentes guerras tanto contra Aragón como contra Castilla, Al-Mutamán continuó la labor cultural de su padre, llamando a La Aljafería a los más sabios del islam. El propio Al-Mutamán fue astrónomo y filósofo, cuyas teorías se adelantaron a matemáticos posteriores.

A finales del siglo XI, La Aljafería era uno de los centros de cultura más importantes de todo el Islam.

A la muerte de Al-Mutamán, le sucederá su hijo Al-Mustaín II, que sufrió el avance de los aragoneses por tierras del Cinca y la presión de Castilla por el Oeste. La ayuda de los almorávides en 1086, hizo a Alfonso VI de Castilla retirar el cerco de la ciudad e impidió que Saraqusta cayese en poder de los castellanos. La situación se agravó con los enfrentamientos entre las diferentes taifas.

En 1090, los almorávides unificaron las taifas, sometiéndolas al poder de Marrakech y destituyeron a todos los reyes de taifas excepto a Al-Mustaín, que mantuvo Saraqusta como reino independiente, situación que acabaría en el 1110, año en que es incorporada al imperio almorávide.

A pesar de la inestabilidad política de Al-Andalus y del integrismo religioso de los almorávides, Saraqusta seguía siendo un centro de libertad y cultura. En la ciudad se refugiaban poetas y filósofos que huían del integrismo almorávide, pero también intelectuales heterodoxos provenientes de los reinos cristianos.

Saraqusta era conquistada por Alfonso I El Batallador en 1118. Por fortuna para la Humanidad, no solo respetó las bibliotecas de la ciudad sino que mandó que todas sus obras fuesen traducidas. Gracias a ello, toda la sabiduría acumulada en ellas pasó al Occidente cristiano. Una de las grandes aportaciones de esta transmisión cultural fue la traducción de los textos de Aristóteles, algo que supondría una auténtica revolución en el pensamiento occidental.

jueves, 9 de julio de 2020

Un cortijo de Málaga esconde una mezquita de Abderramán III


Un cortijo de Málaga esconde una mezquita de Abderramán III

El emir de Córdoba levantó a finales del siglo IX un proyecto de ciudad, al-Madina, en la vega de Antequera, que abandonó para construir la monumental Medina Azahara



Virgilio Martínez Enamorado, en uno de los arcos de la mezquita de los siglos IX y X, embutida en las paredes del cortijo Las Mezquitas, en Antequera (Málaga).
Virgilio Martínez Enamorado, en uno de los arcos de la mezquita de los siglos IX y X, embutida en las paredes del cortijo Las Mezquitas, en Antequera (Málaga).

A 13 kilómetros en línea recta de Bobastro (Málaga), donde Omar ben Hafsun y sus hijos se levantaron contra el emirato de Córdoba en una rebelión que duró desde el año 880 hasta el 929, Abderramán III planeó levantar una ciudad, al-Madina, como símbolo del poder oficial frente a los sublevados y empezó por la mezquita. Esta es la razón, en opinión del doctor en Historia Medieval Virgilio Martínez Enamorado, de la existencia de una mezquita de piedra labrada, porte monumental y capacidad para unas 700 personas, en medio de la vega de Antequera, en un paraje rural alejado de cualquier asentamiento.
“Pero el emir derrotó a los disidentes antes de lo esperado y, probablemente, decidió abandonar su proyecto porque ya no necesitaba demostrar su poder frente al enemigo y prefirió retomarlo más cerca de Córdoba. Fue así como nació Medina Azahara, que comenzó a construirse en el 936”, explica el medievalista y profesor de la Universidad de Málaga en el interior del cortijo Las Mezquitas, ante el muro de la quibla, en el que aún puede verse el mihrab orientado hacia La Meca.
Hasta 2006, nadie conocía la existencia de la mezquita, que conserva sus muros de hasta seis metros de altura reforzados con contrafuertes y cuenta con un patio. El conjunto, de 30x30 metros, se construyó según el sistema de medidas antropométricas de la dinastía Omeya, el codo mamuni, que equivale a 47,14 centímetros. Lo único que delataba su pasado era el topónimo del cortijo: Las Mezquitas. Fue entonces, cuando el historiador Carlos Gozalbes descubrió los arcos del templo embutidos en los muros del cortijo, el centro de una finca propiedad de José María Alcalde en la que se crían trigo y olivos y que está ubicada en el término municipal de Antequera, lindando con Campillos y Sierra de Yeguas y muy cerca de la laguna salada de Fuente de Piedra. Dos años más tarde, en 2008, el inmueble fue declarado bien de interés cultural (BIC) por la Junta de Andalucía. La mezquita, aunque ha sido objeto de varios estudios, permanece embutida en el cortijo y, de momento, no se ha realizado una prospección arqueológica en el bien ni está prevista su puesta en valor.


El arqueólogo Virgilio Martínez señala los contrafuertes de la mezquita de Antequera levantada entre finales del siglo IX y principios del X. En vídeo, así son las ruinas de Bobastro. 

“Al principio se dijo que se trataba de una mezquita rural, pero esa teoría está totalmente descartada, tanto por el estudio arquitectónico que han realizado Pedro Gurriarán y la arqueóloga del CSIC María de los Ángeles Utrero, como por las fuentes de cronistas árabes que he consultado y publicado en mi libro La mezquita de Lamaya [Editorial La Serranía, 2018]”, apunta el arqueólogo y arabista, quien ha estudiado textos de la época en busca de referencias al edificio y las ha encontrado en la obra de Ibn Hayyan (Córdoba, 987-1075), el gran cronista de Abderramán III, quien tras doblegar a los rebeldes de Omar ben Hafsun se autoproclamó califa.
"[Abderramán III] Se volvió contra la ciudad extraviada de Bobastro, acampando de nuevo cerca de ella por la parte de Lamaya y, viendo que los contrabaluartes eran la cosa más dañina contra los prevaricadores, ordenó fortificar allí una vieja peña llamada al-Madina (...) en una posición desde la que dominaba todos los caminos de la ciudad del maldito (...). En aquel lugar estuvo siete días hasta completar aquello, sin dejar a los prevaricadores respiro ni recurso, hostigando al maldito Hafs y a los suyos de Bobastro", escribió Ibn Hayyan, como recoge Martínez Enamorado en su libro y justifica así una de sus teorías: que la ciudad se comenzó a construir por la mezquita, como elemento fundacional, y que las gentes del emir vivían en un campamento militar, que se desmontó tras la derrota del rebelde.
La situación de la mezquita entre tres términos municipales no es producto del azar, como señala Virgilio Martínez. "El templo se emplazó entre tres demarcaciones provinciales de al-Ándalus en el siglo X, las coras o provincias de Estepa, a cuya jurisdicción perteneció sierra de Yeguas hasta época moderna; la de Campillos, integrada en Teba, que en época andalusí formaba parte de la provincia bereber de la serranía de Ronda de nombre Takurunna, y Antequera, de Rayya, demarcación que tuvo a Archidona y Málaga como capitales. Los antiguos límites quedaron fosilizados en los actuales y eso explica tan insólita ubicación".


Entrada del cortijo 'Las Mezquitas', que se levantó en el siglo XVI aprovechando la obra de los Omeya.
Entrada del cortijo 'Las Mezquitas', que se levantó en el siglo XVI aprovechando la obra de los Omeya. 

“La mezquita se ha conservado muy bien gracias a que ha estado protegida por el cortijo, que se levantó en el siglo XVI y ha seguido usándose hasta finales del siglo XX. Si se elimina la arquitectura parasitaria, el edificio aparecerá en todo su esplendor. De momento, la estructura está a salvo porque el propietario colocó una cubierta de uralita después de que la gran tormenta que cayó en esta zona en octubre de 2018 acabara con el techo”, afirma Martínez Enamorado, autor de una treintena de libros sobre arqueología y epigrafía de al-Ándalus.
“La mezquita es un modelo reducido de la gran mezquita de Córdoba de Abderramán I [del año 786 y más pequeña que la actual], una cuarta parte de aquella, aunque con algunos cambios respecto al modelo como por ejemplo, las arquerías interiores que son paralelas al muro de la quibla y no perpendiculares como en el caso de la mezquita cordobesa”, explica Pedro Gurriarán, especialista en arquitectura andalusí que estudió el edificio en 2015 junto a Utrero y han publicado el resultado en la revista anual Mainake de la Diputación de Málaga, en el número 37 del pasado noviembre.
“Este es uno de los grandes descubrimientos de arquitectura altomedieval islámica en nuestro país en las últimas décadas. Hemos podido constatar que se construyó en dos fases. En la primera, a finales del siglo IX, utilizaron piezas romanas de acarreo, que abundan en la zona de asentamientos anteriores, y otras nuevas ensambladas con mortero; mientras que en la segunda fase, de principios del X, la destreza con la que están cortados los sillares revela la presencia de especialistas que entonces solo trabajaban en talleres de cantería cordobeses”, abunda Gurriarán para avalar su tesis de que se trata de una obra de Estado que los Omeya proyectaron como propaganda política frente a sus enemigos.