Sin noticias reales de la guerra de Troya.
Una gran exposición en el British Museum de Londres sobre la ciudad que inspiró a Homero pone en duda que sucediera el conflicto narrado en la ‘Ilíada’
El rapto de Helena, la gran flota de los aqueos de largas cabelleras enviada a recuperarla bajo el mando de Agamenón, pastor de hombres, la ciudad de Troya asediada, la cólera de Aquiles, semejante a Ares, el combate con Héctor en las puertas Esceas, el llanto y la súplica de Príamo por el cadáver su hijo, el caballo de madera, el accidentado regreso de Ulises… Todo eso, cantado por Homero, forma parte del acervo cultural de occidente y la guerra de Troya es uno de los ladrillos de nuestra identidad, moldeando sueños y miedos y acuñando muchas de nuestras ideas sobre la guerra, el amor, el coraje, la cobardía, el dolor y la esperanza.
Desde que el alemán Heinrich Schliemann identificó a finales del XIX la ciudad con las ruinas en Hissarlik, en los Dardanelos, en Turquía, nos hemos acostumbrado a pensar que la guerra de Troya ocurrió de verdad, que es un hecho histórico. Las excavaciones modernas en el lugar, que han confirmado la existencia de diversas Troyas —hasta nueve, una encima de la otra, desde la antigua Edad del Bronce hasta la ciudad romana, alguna con signos de actividad bélica, como la denominada VII a—, no han hecho sino afirmarnos en la idea de que si Troya existió, la guerra que cantó Homero también.
Sin embargo, ahora una magnífica exposición, de una riqueza e imaginación apabullantes —homéricas, diríamos— que puede verse en actualmente en el British Museum de Londres (hasta el 7 de marzo), pone en duda que la guerra de Troya haya sucedido nunca y recalca que no existe ni una sola prueba arqueológica o documental que acredite su realidad histórica. Así que, parafraseando de alguna manera al dramaturgo Jean Giradoux, autor de La guerre de Troi n'aura pas lieu (No habrá guerra de Troya), aunque al final en su obra el conflicto pese a todo sí se desencadena, la exhibición londinense se inclina por un La guerra de Troya no pasó nunca, una opinión destinada a darle la vuelta a nuestro imaginario.
La exposición lanza el mensaje meridiano de que "no hay evidencia clara de que la guerra descrita por Homero sucediese". Y apunta que la Troya más candidata a ser la de la Ilíada, Troya VII a, con poderosas murallas y evidencias de destrucción por el fuego, es del 1180 antes de Cristo y corresponde por tanto a un momento histórico en el que la civilización micénica ya había colapsado (1200 a. C.), así que el ataque, se señala, no pudo provenir de las ciudades y palacios en que Homero situó a sus Agamenón, Menelao o Néstor. “Es un punto de inflexión otra vez, va un poco a modas”, considera al preguntarle sobre el particular el clasicista y académico Carlos García Gual. “Hasta hace poco se nos mostraba a Homero casi como si fuera un corresponsal de guerra. Pasamos de un extremo a otro. Está claro que Homero recibió recuerdos de una ciudad destruida, la transmisión oral ha de haber mezclado memorias de épocas distintas. Hay un eco de fondo sobre el que se inventaron héroes y episodios. No pasa nada. Puede que hubiera una guerra remota y el poeta pusiera sobre todo su fantasía. Homero no pretende ser un historiador”.
El debate sobre la historicidad de la guerra de Troya, con la idea de que, como señalan los responsables de la exposición "la arqueología no ha encontrado aun nada específicamente ligado al mito como, por ejemplo, restos del caballo de madera", está en el corazón de la muestra, titulada Troy, myth and reality. "Solo un descubrimiento de esa clase podría tomarse como evidencia segura de que la historia es verdadera", afirman los comisarios J. Lesley Fitton, Alexandra Villing, Victoria Donnellan y Andrew Shapiro, autores además del voluminoso catálogo.
La visita, polémicas aparte, resulta una experiencia maravillosa. Compuesta por piezas sensacionales de la antigüedad de gran valor arqueológico y artístico, procedentes de los fondos del museo y de otros centros —a destacar los objetos de las excavaciones en Troya cedidos por el Museum for Vor und Frügeschichte de Berlín y los frescos pompeyanos del museo de Nápoles—, incluye también obras de distintas épocas, hasta contemporáneas, que muestran la pervivencia del tema de la guerra troyana.
El recorrido enfatiza la brutalidad de la guerra de Troya (“arquetipo de todas las guerras”) con una sensibilidad muy del presente y hasta apuesta por destacar algunas historias realmente gore. Es el caso de la pintura en un vaso griego que muestra al hijo de Aquiles, Neoptolemo, ese serial killer argivo, asesinando a la vez a Príamo y a Astynax, el hijo de Héctor, por el salvaje método de golpear al viejo rey con el cuerpecillo del niño: un espanto. Una cista etrusca ofrece otra estampa tremenda: Aquiles degollando a un prisionero troyano sobre la tumba de Patroclo mientras aguarda una fila de siguientes candidatos al sacrificio. "Muchas atrocidades se cometieron, hubo héroes y víctimas en los dos bandos y los griegos vencieron aniquilando la gran ciudad", resume la exposición, que incluye un nivel muy didáctico para que sea fácil entrar en el mundo homérico.
El recorrido arranca con la frase inicial de la Iliada "Canta, oh diosa, la colera de Aquiles, hijo de Peleo" y la confrontación entre la bellísima y célebre pintura en un ánfora del héroe de pies ligeros dando muerte a la reina de las amazonas Pentesilea y una serie de humildes potes usados por los troyanos ordinarios y procedentes de las excavaciones en Hissarlik. Al lado, la sugerente instalación de Antony Caro que representa el campo de batalla (parte de su serie Trojan War), y el contundente cuadro de Cy Twombly La venganza de Aquiles, con el pélida sugerido por una inmensa "A" chorreante de sangre que es a la vez una punta de lanza. Un busto de Homero da paso a la disertación sobre su identidad histórica, las diferentes creaciones literarias sobre la guerra de Troya aparte de las suyas, y una inmersión iconográfica en el mito.
Los objetos de la exposición, muchos de una belleza conmovedora, están arropados por una voluntad escenográfica que incluye un gran mural de naves, murmullo de remos y entrechocar de armas, y un elemento suspendido del techo en forma de gigantesco costillar de caballo que sugiere la estrategia final para entrar en la ciudad asediada. Entre las piezas impresionantes, dos grandes sarcófagos griegos con relieves que muestran escenas de la guerra, y, en la sección de la influencia del mito, la escultura de mármol de Filippo Albacini Aquiles herido (1825), con una flecha dorada atravesándole el talón.
La exposición dedica un espacio en forma de túmulo o de tholos a la búsqueda de Troya y a Schliemann (al que se le lanzan algunas pullas muy británicas recordando sus obsesiones y lo destructivas que fueron sus excavaciones) y a las investigaciones arqueológicas actuales en Troya.
Los nostoi, los retornos de los caudillos aqueos tras la guerra, ocupan otro ámbito, en el que se presta especial atención al viaje de Ulises (y a la huida del troyano Eneas). Un dispositivo digital recrea de manera muy ingeniosa la escena de la muerte de los pretendientes a flechazos.
La sección dedicada a la influencia del mito en la posteridad, que alcanza hasta Brad Pitt y el manga, incluye cuadros, grabados y dibujos de Rubens, Turner, Claude Lorrain, Cranach, Fuseli o Blake, y sorpresas tan agradables como Ulises y las sirenas, el gran y emocionante lienzo de Draper. Como no podía ser de otra manera, la exposición presta especial atención a la figura de la mujer en la guerra de Troya, con otros regalos como la Circe de Waterhouse, la Clitemnestra de Collier, o las Helenas de Rossetti, Morris, Poynter y la de mármol de Canova. En un vídeo se proyecta Las troyanas, de Eurípides, en la versión teatral de 2013 protagonizada por refugiadas de la guerra de Siria. La exposición se cierra con dos recreaciones del famoso escudo de Aquiles, una de 1822 y otra moderna, hecha de fluorescentes que simbolizan el perenne, eterno irradiar de la guerra de Troya.
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