lunes, 26 de junio de 2023

La Liseuse 1920

 

Pablo Picasso

(1881, Espagne - 1973, France)

La Liseuse 1920

Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou


La gravedad escultórica del modelo y los colores frescos de esta pintura evocan las decoraciones romanas.

En 1917, Pablo Picasso conoció a la bailarina Olga Khokhlova, quien se convertiría en su esposa. Pintó muchos retratos clásicos de Olga con una belleza regular. Múltiples fuentes de inspiración alimentan este nuevo estilo. Picasso se sumergió entonces en la estatuaria antigua, tras un viaje a Italia, los retratos de Jean-Auguste-Dominique Ingres y el estilo tardío de Auguste Renoir, de quien adquirió varias obras.


Análisis

Para la serie de figuras clasicistas pintadas en 1920-1921, Picasso se inspiró en Olga. No es que tuviera su pose, estrictamente hablando, pero parece obvio que frecuentando su belleza habitual, las poses dignas que le gustan – sentada, con el brazo apoyado en el brazo de un sillón, o como aquí leyendo, como suele fotografiarse y como la dibujó mucho-, la expresión pensativa o melancólica de sus grandes ojos guarda cierta relación con el creciente interés de Picasso (a partir de su estancia romana de 1917, asociada precisamente a su encuentro con Olga) por la serena monumentalidad de un "clasicismo" revisitado en a su manera, incluso de Ingres y Renoir.



La Liseuse (cat. rais. 1, IV, n. 180), como el Busto de mujer leyendo del Museo de Grenoble, tendría pues algo que ver con el Retrato de Madame Moitessier de Ingres (1856, Londres, National Gallery ) que Picasso habría vislumbrado durante su estancia en Londres en 1919. Pero Picasso adquirió varios lienzos de Renoir durante esos años: antes de enero de 1918, Mujer leyendo, luego en 1919 o a principios de 1920, un gran lienzo tardío, Sentado Bañista en un paisaje (1895-1896, París, Museo Picasso). De Renoir conserva la búsqueda de una estandarización, una serialización de la figura en expansión sistemáticamente agrandada, inflada, provista de manos y pies sobredimensionados. Sin duda también le interesaba una práctica de la monocromía que reinterpretaría invirtiéndola, transformando la luz rubia y la carne dorada de los últimos desnudos de Renoir en sombras grises solidificadas por una materia espesa.

La liseuse, como la Mujer sentada del Museo Picasso, o incluso el gigante "Bañistas" de 1921"[ ...] Junos de ojos de vaca cuyas grandes manos rotas sostienen un paño de piedra", como los describe genéricamente Jean Cocteau (Picasso, París, Librairie Stock, 1923) en una fórmula que condensa varias referencias ya evidentes en La lámpara de lectura: la majestuosa condición de diosa conferida a una figura inicialmente envuelta domésticamente en una bata de baño, su peso como una estatua y, más en general, la evocación de la Antigüedad romana, presente a lo largo de la serie. La sustancia pictórica en la que están modeladas estas figuras –colores minerales, se diría, que van desde todas las tonalidades del ladrillo (del rosa al ocre) a todas las de la piedra (del blanco al gris y al negro)– evoca tanto el aparato de La arquitectura romana y las decoraciones esculpidas como recuerdo del propio trabajo sobre rosa de Picasso en 1905-1906, ya asociado a una reinterpretación de los cánones “clásicos”.

miércoles, 14 de junio de 2023

La piedra Michaux

 


La piedra Michaux, la “Rosetta” de la escritura cuneiforme


La expedición a Oriente de André Michaux, un botánico francés, a finales del siglo XVIII benefició también a la arqueología tras el hallazgo de una estela con las claves de la escritura cuneiforme


En 1782, un botánico emprendió con entusiasmo un viaje al misterioso Oriente. Partió desde Versalles. Aún faltaban siete años para que la revolución pusiese Francia patas arriba, por lo que el fastuoso complejo palaciego todavía era la sede más espectacular del poder real en el país. La misión de André Michaux consistía en obtener especies exóticas con que embellecer los jardines del Trianón, para mayor disfrute de María Antonieta y su séquito.


El científico era una excepción en el ascensor social del Antiguo Régimen, casi estático. Nacido 36 años antes en un hogar campesino de las inmediaciones, había aprovechado su familiaridad con la agricultura para especializarse en las plantas. Estudios con dos botánicos bien relacionados en la corte le habían granjeado una licencia para trabajar en la disciplina de los vegetales. Michaux no tardó en estrenarla en periplos por toda Francia.


Pero la travesía a Oriente era bastante más ambiciosa. Incluía, de hecho, un alto perfil diplomático, además del académico y suntuario. Entre los expedicionarios figuraba el nuevo cónsul galo para Basora, en la actual Irak y entonces en el Imperio otomano. Primo del filósofo Rousseau, este embajador, el jardinero real y el resto de la comitiva zarparon de Marsella hacia levante al rayar la primavera.


Semanas más tarde atracaron con un Michaux ilusionado por “poner por primera vez el pie en Asia”, como apuntó en su diario, “y ver la campaña, las colinas y las montañas cubiertas de verde”. Sin embargo, el legado más trascendente de este histórico viaje no fue botánico, sino, inesperadamente, arqueológico.


Un botánico en el desierto

Durante los tres años que duró la aventura oriental, Michaux había de descubrir a ojos europeos diversas especies vegetales. También describió árboles desconocidos del Cáucaso, tomó muestras de un cereal hoy tan consumido como la espelta, confeccionó herbarios exhaustivos y realizó valiosas anotaciones sobre palmeras datileras y huertos de cítricos, frutas de hueso y especias. Todo esto motivó que Luis XVI lo designase botánico real a su regreso a Versalles el verano de 1785.


Michaux no limitó su atención en Oriente a su campo. Lugares entonces tan pintorescos como Antioquía, Alepo, Bagdad, Basora, Shiraz, Persépolis e Isfahán se sucedieron en su extensa travesía por las actuales Turquía, Siria, Irak e Irán. Digno hijo de la Ilustración, el fitólogo fue ampliando su foco de interés conforme investigaba especies a replantar en Francia.


Examinó, por ejemplo, los sistemas de riego que hacían posible cultivar en suelo árido. Observó aves exóticas. Recorrió los legendarios ríos Éufrates y Tigris y navegó por el golfo Pérsico y el mar Caspio. Atravesó desiertos y oasis en extensas caravanas. Se adentró en los montes Zagros. Disfrutó de la protección de bandidos aliados del pachá Solimán II. Compartió morada con misioneros carmelitas y con un cónsul británico. Sufrió ataques y secuestros de nómadas hostiles. Presenció tensiones fronterizas con el Imperio ruso... Incluso aprendió persa.


Arqueólogo por sorpresa

En sus andanzas también tendió la mirada al pasado. Deambuló por ruinas bizantinas como las basílicas, el santuario y el sepulcro de san Sergio de Rusafa. Pernoctó en castillos musulmanes del Medievo. Contempló con detenimiento desde palacios abasíes hasta casas bagdadíes de terracota. Visitó los mausoleos de los poetas sufís Saadi y Hafiz y, no lejos, la majestuosa explanada de Darío el Grande en una Persépolis aún semienterrada.


“Un día más abajo de Bagdad, en las ruinas de Semíramis, junto al Tigris”, encontró una notable reliquia, según explicó en 1800 en la Revista Enciclopédica a los “aficionados a las antigüedades caldeas”. Fue en septiembre de 1784, al recorrer el emplazamiento donde había estado la antigua Ctesifonte, una capital invernal de los imperios parto y sasánida. Michaux se topó allí con un monolito que sobresalía del suelo, bajo un arco del derruido palacio del emperador sasánida Cosroes I, un edificio del siglo VI d. C. Se trataba de una bella e intrigante estela cincelada en una piedra negra pulida.


Un enigma milenario

Adquirida para la Biblioteca Nacional de Francia en 1801 por Luciano Bonaparte, hermano de Napoleón, la piedra Michaux pronto se halló en boca de todas las sociedades científicas de Europa. Un año después, este impacto se contagió al público general, al publicarse ilustraciones de su aspecto. Incorporaba, en la sección superior, 21 figuras como manifestaciones divinas, construcciones y símbolos, y debajo, cuatro columnas con 95 líneas de misteriosos caracteres en forma de cuña o de clavo.


Viajeros renacentistas ya habían transportado desde Oriente ladrillos y otras piezas sueltas con esos signos enigmáticos, pero nunca documentos íntegros, como en este caso. Como indica la experta Kathryn E. Slanski, “para 1700, la misteriosa escritura en forma de cuña” que había estado emergiendo en las excavaciones pioneras de Nínive y Persépolis, “ya se llamaba ‘cuneiforme’”.


Sin embargo, no eran pocos los paleógrafos que la creían meramente decorativa, sin contenido verbal. Tampoco contribuía a su decodificación que la fuente principal sobre las civilizaciones mesopotámicas aún fuese, básicamente, la Biblia.


Un paso de gigante tuvo lugar a finales de ese siglo, cuando el alemán Carsten Niebuhr hizo públicas unas inscripciones trilingües que había observado en Persépolis. Esta información de 1778 resultó tan importante para comenzar a desencriptar la escritura cuneiforme que señaló el nacimiento de la asiriología, la especialización en la antigua Mesopotamia. El hallazgo de Michaux supuso entonces el mayor desafío planteado a esa rama incipiente y, a la vez, su premio más goloso. Después de todo, era el primer monumento cuneiforme que había llegado entero a Europa.


La Mesopotamia descifrada

Tras diversos ensayos fallidos en la primera mitad del siglo XIX, la piedra logró ser desentrañada en 1861 por sir Henry Rawlinson. La propuesta británica sería optimizada y completada, al filo del siglo siguiente, por el alemán Julius Oppert. No es casual que estos dos entendidos sean considerados los descifradores de la escritura cuneiforme, un éxito compartido al que llegaron de manera independiente en 1857, al igual que el asiriólogo irlandés Edward Hincks. Su trabajo de despacho estimuló y se benefició a la vez del de campo.


En 1895, con la versión de Julius Oppert de la piedra Michaux –descubierta antes que la piedra Rosetta, pero comprendida después–, se inauguró de algún modo la asiriología moderna. Alumbrada el mismo año que el cine, esta depararía menos de un decenio después la puerta de Ishtar, entre otros hallazgos deslumbrantes, ya con el sistema cuneiforme dando pistas útiles para estos descubrimientos.


Había transcurrido más de un siglo desde que un botánico de Versalles desenterró el icono más representativo de ese estilo de escritura. Babilonia y las otras civilizaciones del Tigris y el Éufrates por fin habían recuperado la voz tras largos milenios de un mutismo insondable.



El hito babilónico


“Es una piedra de la naturaleza del basalto, de forma alargada, redondeada y algo aplanada, de 48 centímetros (un pie y medio) y un peso cercano a los 22 kilogramos (44 libras)”. Tal fue la descripción que hizo el propio botánico del monolito mesopotámico en su único testimonio al respecto que ha llegado al presente.


Michaux aún no lo sabía, pero estaba escrito en acadio, el mismo idioma esculpido en la puerta de Ishtar. La piedra se data como del reinado de Marduk-nadin-ahhe (1099-1081 a. C.), sexto gobernante de la II dinastía de Isin, la cuarta que rigió Babilonia.


El narû (estela mesopotámica) del tipo kudurru (mojón limítrofe) refiere en cuneiforme la donación de un terreno de un padre a su hija como dote. Menciona los lindes y extensión de la parcela, así como maldiciones para quien ose violar el contrato.

jueves, 8 de junio de 2023

La mujer asustada

 

La mujer asustada

Anónimo 60-50 a.c.

Fresco 

Villa del Misterio

Muralla norte, Pompeya


Forma parte de un mural más extenso de la casa de los Misterios y es una de sus figuras más emblemáticas. Aunque se ha discutido mucho sobre el tipo de ritual plasmado, parece ser que se trata de la iniciación de una mujer en ritos relacionados con el placer, probablemente sexo o matrimonio, también llamados bacanales. Lo que ha asustado a la mujer no queda claro, pero se cree que debe estar relacionado con la aprensión de oír a Sileno (una divinidad de los bosques), que está prediciendo su futuro, o con la flagelación de una mujer en una pared contigua, lo cual la transfigura y purifica para su matrimonio simbólico con Baco.

martes, 6 de junio de 2023

Vista de Saintes-Maries-de-la-Mer

 


Vista de Saintes-Maries-de-la-Mer

Artista: Vincent Van Gogh

Países Bajos, 1888

Título original: Vue des Saintes-Maries-de-la-Mer

Museo: Museo Kröller-Müller, Otterlo (Países Bajos)

Técnica: Óleo (64,2 x 53 cm.)


Vincent descubre el mar.

Mientras estaba en Arles, Vincent van Gogh visitó la localidad mediterránea de Les Saintes-Maries-de-la-Mer, un pintoresco pueblecito de pescadores, y descubrió un mar que nunca había visto: cálido, luminoso, variante…

Le escribe a su hermano Theo: es como la caballa, o en otras palabras, cambiante. No se sabe si es verde o púrpura o si es azul, porque un segundo después, su reflejo cambiante ha adquirido un tono rosa o gris.

Vincent se puso a trabajar al momento. En apenas una semana de junio hace nueve dibujos, varias pinturas de las calles y las playas del lugar y esta vista del pueblo en la que no vemos el mar, pero aún así parece que el Mediterráneo está muy presente. Vemos una fila de vides diagonales con la característica perspectiva del pintor, que dirige nuestra mirada directamente al skyline medieval, con sus torres almenadas, sus casitas amontonadas y sus campanarios.

Van Gogh recrea por enésima vez la Provenza, con sus múltiples colores y esa luz que tanto lo enamoró. Llevando más allá la técnica impresionista que había mamado en París, convierte —como por arte de magia— la luz en color y el color en luz. Es aquí donde Van Gogh empieza a exagerar el color.

Ahora que he visto el mar aquí, siento plenamente la importancia de quedarme en el Sur, y sentir que todavía hay que exagerar más el color. (…). Así que tengo la convicción de que por una larga estadía aquí, liberaré mi personalidad. »

sábado, 3 de junio de 2023

La llave de los campos

 

René Magritte

La llave de los campos (La Clef des champs)

1936

Óleo sobre lienzo. 80 x 60 cm

Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid

Nº INV. 657 (1976.3)

Sala 44


«Quienes busquen en mi pintura significados simbólicos no captarán la poesía y el misterio inherentes a la imagen». Para el pintor belga René Magritte, la pintura encierra el misterio de la poesía de lo incongruente. A pesar de ser uno de los mayores representantes del surrealismo internacional, este atípico surrealista belga se apartó deliberadamente del mundo del inconsciente. Su pintura carece de cualquier rastro de romanticismo y está construida con una precisión metódica y casi cerebral. Mediante los enigmas visuales que son sus cuadros, Magritte logró crear una obra de una gran originalidad, en la que con unas imágenes sencillas, y en sí mismas visualmente comprensibles, pintadas con una técnica naturalista, conseguía transmitir significados oscuros y complejos al lograr descubrirnos el lado más misterioso de nuestro entorno.

La llave de los campos (La Clef des champs) fue pintada en 1936, cuando la obra de Magritte era ya conocida internacionalmente desde que Alfred Barr la incluyera en la mítica exposición Fantastic Art, Dada, Surrealism, como representante, junto con Dalí y Tanguy, del surrealismo fotográfico. Magritte representa un paisaje enmarcado por una ventana rota a causa de algún impacto y los cristales rotos esparcidos por el suelo están pintados con fragmentos de un paisaje idéntico al del exterior. Utilizando el tradicional tema del cuadro dentro del cuadro, a modo de collage pintado, Magritte se adentra en el mundo de las asociaciones absurdas, como había hecho previamente Max Ernst y parece querer revelarnos que lo que veíamos a través de la ventana no era un paisaje real, sino una imagen pintada en el cristal, aunque idéntica, eso sí, a la del paisaje exterior. El paisaje pintado en los cristales rotos demuestra por tanto que la ilusión y la realidad son una misma cosa. El cuadro fue realizado en el periodo en el que, bajo la influencia de Lewis Carroll, Magritte sustituyó las enigmáticas fórmulas surrealistas por las leyes sin sentido del mundo de Alicia.

David Sylvester, en el catálogo razonado del artista, explica que Magritte intentaba plantear preguntas en torno al problema de la representación de la imagen y en este sentido este lienzo puede considerarse como la continuación del problema de la ventana que ya había tratado tres años antes en La condición humana. José Pierre, en un ensayo sobre el artista, analiza la relación entre ambas composiciones y expone: «En La Condition humaine I (1933), el paisaje pintado sobre la tela del caballete se confunde exactamente con el paisaje que le ha servido de modelo. Entonces surge una pregunta: “Si quitamos la tela, ¿quedará un agujero en el paisaje?”. Encontramos una respuesta indirecta a este interrogante en La llave de los campos (La Clef des champs) (1936): si una piedra rompe el cristal, el paisaje reflejado se hace añicos mientras, fuera, el verdadero paisaje no cambia».

En definitiva, Magritte plantea el problema de la ventana no sólo como alusión al concepto renacentista de la perspectiva en la pintura, sino la ventana como problemática de representación del exterior y del interior: «Lo esencial era eliminar la diferencia entre lo que se ve desde fuera de la ventana y lo que se ve desde dentro», escribía Magritte a Breton en 1934. Christopher Green piensa que en esta pintura también está incluido el tema surrealista del espejo, y la ventana rota sería una invitación al espectador a adentrarse en su interior. Si tenemos en cuenta que para Breton tanto la ventana como el espejo eran imágenes de liberación, y que en francés la clef des champs significa coloquialmente la liberación, la ventana se convierte entonces en el camino de la libertad.

viernes, 2 de junio de 2023

Nocturno: Azul y plata, Chelsea

 

Nocturno: Azul y plata, Chelsea

James Abbott McNeill Whistler

Óleo sobre lienzo 60x50 cm


James Abbott McNeill Whistler fue un pintor estadounidense activo durante la Edad Dorada de Estados Unidos y asentado principalmente en el Reino Unido. Evitó el sentimentalismo y las alusiones morales en la pintura y fue uno de los principales defensores del credo "el arte por el arte". Encontró un paralelismo entre la pintura y la música y tituló muchas de sus pinturas arreglos, armonías y nocturnos para hacer hincapié en la primacía de la armonía tonal.Esta es la vista desde el puente de Battersea, cruzando el Támesis en dirección a Chelsea. La torre de Chelsea Old Church se ve justo a la derecha y un pescador aparece en primer plano mirando hacia una barcaza baja. Esta es la primera de la serie de Nocturnos de Whistler: pinturas pensadas para transmitir la sensación de belleza y tranquilidad del río Támesis al atardecer o de noche. La influencia de las xilografías japonesas es evidente por la gama relativamente reducida de colores y el recurso de la mariposa en la parte inferior del centro, que Whistler utilizaba como firma.